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Actualización: De lujo (Interludio, Hans) (1ª parte)

Hey! Como sé que hay algunas personas que me leen desde el blog, pongo la actualización aquí. Esta es una miniactualización de la primera parte del interludio. Hans es el protagonista (os juro que me ha costado sangre, sudor y lágrimas ponerme en su piel). Sé que es muy cortita, pero estoy casi segura de que tendré la segunda parte pronto, tal vez incluso antes de que acabe el mes.

En fin. Os la dejo en esta entrada:

INTERLUDIO

Hans

La arrogante curva de la sonrisa de Derek Zimmermann es lo único y lo último que logra distinguir Hans antes de que el Porsche blanco desaparezca con un rugido, llevándose a ese entrometido de vuelta al Chat y, en consecuencia, arruinando la oportunidad perfecta de deshacerse de él.

Cuando el zumbido de ese motor se mezcla con el de los otros miles de automóviles de la ciudad, un silencio seco y aplastante amenaza con clavarlo en el suelo. De rodillas en mitad del callejón, Hans percibe con una claridad aterradora la mugre incrustándose en las palmas de sus manos, el sudor pringoso y helado que le humedece la parte posterior del cuello.

Derek ha vuelto a reírse de él.

Esa certeza vuelve rígidos sus músculos, duros y asfixiantes como la bola de ira que empieza a formarse en sus tripas. Lo peor de todo es que Zimmermann sólo necesita esa sonrisa zorruna para volverlo loco de frustración, esa misma que le recuerda cada minuto de su vida, sin concesiones y con una enorme satisfacción, quién es, en qué se ha convertido y por qué.

La imagen hace que la adrenalina anule todos sus sentidos. Ciego y sordo de rabia, ni siquiera se percata de la presencia de sus hombres en el callejón. De hecho, entumecido como está por el chute de ira visceral, no siente ni una pizca del dolor punzante que debería sacudirle los nervios al golpear el suelo una y otra vez con el puño.

Y mientras alguien se acerca para comprobar su estado, esa voz, como de costumbre, no deja de susurrar en algún rincón de su cabeza.

¿Creías que jugar a los mafiosos iba a ser fácil? Coge un arma, tima a un par de coleccionistas, sé un animal con tus subordinados… ¿O no era así?

De un empellón, Hans aparta todas esas manos ansiosas que habían caído sobre él. Los ha adiestrado bien. En las caras de sus empleados la ansiedad es un denominador común, aunque no tengan motivo para ello. La brillante idea de acudir acompañado únicamente por Jordan fue del propio Hans.

Ni siquiera eres capaz de hacer un trabajo decente como matón. ¿Qué habilidades requiere eso? ¿Pulverizar cráneos sin salpicarte los mocasines? Admirable.

—¿Qué coño hacéis aquí?—él les muestra los dientes, como un perro acorralado. La vergüenza y otro sentimiento indescriptible mastican sus tripas y tiñen de rojo su visión periférica—. ¡Haced vuestro puto trabajo! ¡Buscadla y partidle las piernas!

Ah, eres tan sutil.

Viéndolos escurrirse fuera del callejón, Hans sabe que no la encontrarán, igual que no encontraron al intruso que hace años burló la férrea seguridad de su madriguera. El rastro de miguitas de pan que esa persona dejó en su huida fue lo que lo trajo a París y ahora, de la misma forma ciega y ferviente en que un fanático se postra ante su ídolo, él está seguro que ladrón y tiradora son la misma escurridiza persona. Y si por aquel entonces no consiguieron darle caza al ladrón, a pesar de todos los errores en los que éste se permitió caer, y a pesar de haber recuperado a Raymond por el camino, ahora no va a ser distinto.

Hans debe resignarse a seguir merodeando por esta ciudad que ha empezado a odiar con todas sus fuerzas, esperando que ocurra un milagro que cada vez parece más improbable.

 ¿A quién pretendes engañar? Por mucho que gruñas no dejas de ser un chucho domesticado, nada más. Uno que hasta no hace mucho todavía estaba a tiempo de volver a Berlín y tomar las riendas de su vida burguesa. Ahora, sin embargo…

Hans se incorpora, apretando los dientes hasta que la voz termina por deshilacharse y desaparecer. Con la mirada busca al último de sus camaradas. No tarda mucho en distinguir, al fondo del callejón, las enormes espaldas de Jordan estremecerse. Como un obús, se aproxima a él a grandes zancadas, la frustración casi escurriéndose entre sus dientes en forma de rapapolvo furioso. No obstante, a medio camino tiene que detenerse en seco.

Frente a él y con una convulsión, Jordan escupe un esputo sanguinolento. Una marca rosada comienza a florecer desde su sien izquierda hasta la mandíbula. La culpable, una barra de metal retorcido, reposa mansamente a los pies de Hans.

—Lo has dejado escapar —gruñe él, en un tono mucho más dócil de lo que esperaba.

Mientras habla, golpea la barra con la puntera para desvelar la superficie salpicada de la misma sangre que casi chorrea de la nariz de su subordinado. Al sentirse observado, Jordan alza el mentón.

Una sonrisa carmesí le corta el rostro árido y marcado por las cicatrices.

—No por mucho tiempo.

Con tal afirmación, su matón se las arregla para levantar su enorme masa de carne y músculo sin siquiera tambalearse. Hans advierte que el agujero húmedo de su hombro es lo único que se estremece con su respiración, rezumando líquido rítmicamente.

Bajo su fachada inflexible, él no puede contener un escalofrío. A pesar de que el golpe que marca de lado a lado la cara de Jordan debería haberle reventado el cráneo, su matón sólo parece haber sufrido algún daño en el tabique de su nariz de boxeador. Nada más. Ni siquiera hay una pizca de aturdimiento en su expresión.

Los ojos, cristalinos y fijos en las pupilas de Hans, no mienten.

Es en momentos como este que Hans debe recordarse a sí mismo que Jordan no es como el resto de sus subordinados. Que él llegó sin avisar, poco interesado por el dinero o el poder. Al parecer su única motivación para seguir a Hans allá donde vaya es el poder aplastar cabezas como si fueran fruta madura sin ningún tipo de restricción.

Todavía hoy, Hans piensa que es precisamente eso lo que le hace el mejor guardaespaldas, pero ello no evita que de vez en cuando la inquietud cosquillee en su nuca.

A fin de cuentas, los suyos podrían ser los próximos intestinos con los que Jordan decida pintar las aceras de París o Luxemburgo.

—Olvídalo. No merece la pena. Con un poco de suerte, esta misma semana estaremos de vuelta en Holanda y no tendré que volver a pisar esta ciudad roñosa en lo que me queda de vida.

—Ah. Lástima.

Sin dejar de mirar el rostro pétreo de Jordan, él aprieta los puños. No quiere admitir que la idea de acorralar al tipo no ha sido más que un intento frustrado de bravuconada por su parte. Está convencido de que no va a recuperar el cuadro, pero no tenía la intención de marcharse sin una última una última pataleta. Y qué mejor que hacerlo dejando un recuerdo a las puertas del Chat Bleu. Tal vez un puñado de la cabellera rubia de ese tipo en un sobre lacrado antes de mandarlo a hacer submarinismo al Sena. Dos dedos, un jirón de ropa ensangrentada.

Ah. Qué arrogante ha sido.

Juraría que puede oír a Derek riéndose de él.

—Venga, muévete. Alguien tiene que arreglarte eso del hombro. Lo último que necesito ahora es un gorila tullido.

No espera ninguna respuesta antes de volver a sumergirse en el laberinto parisino. No le hace falta, sabe que la enorme figura de Jordan renquea en su sombra, y eso le pone los pelos de punta. Es lo único en lo que es capaz de pensar mientras bucea por silenciosas calles empedradas, en busca de su coche.

París es suya. Nada ni nadie entra o sale de la ciudad sin que él lo sepa. Ya forma parte de su feudo, como lo son Berlín y Luxemburgo. Hans es el perfecto ilusionista, un mago de la mentira, y eso lo ha elevado a niveles insospechados. Sus influencias ha echado raíces en lo más rancio y poderoso de la clase burguesa de Europa y ahora es de algún modo el rey en la sombra del Viejo Mundo. Intocable, omnipotente. Casi un dios.

Y aun así, ni siquiera eso parece aliviar el temor (tatuado en su piel) de que todo está a punto de derrumbarse sin que él pueda hacer nada por evitarlo. Esa inquietante sensación de que alguien está esperando el momento perfecto para morderle la yugular y beberse su sangre.

Y tal vez esté en lo cierto.

Su Mercedes negro lo recibe con un chasquido. Jordan se derrumba gruñendo en el asiento del copiloto. Atrapado un instante en la mecánica de meter la llave en el contacto y poner en marcha el vehículo, Hans se pregunta cómo demonios va a limpiar la sangre del cuero beige. Luego el motor ruge y el mundo se convierte en un borrón.

Él es el rey, pero como en aquellos estúpidos cómics de romanos, esa casa de putas es un pequeño bastión que orbita fuera de su alcance, cada vez más lejos, cada vez más inaccesible. Y desde allí, Derek le sonríe de aquella forma y le da la espalda.

De forma irreflexiva, Hans hunde el pie en el acelerador.

Debería haberle disparado. Habría sido realmente fácil. Aún hoy debería serlo, aunque él sabe de sobra que no es capaz de hacerlo. No sería suficiente. Un tiro en la cabeza no es comparable a la humillación a la que Zimmermann lo ha sometido todos estos años.

Quizá sus actos sean el signo inequívoco de psicosis. No puede saberlo a ciencia cierta, pero con locura o sin ella, Hans sabe que es un verdadero artista y que no podrá parar hasta arrebatarle a Derek ese reconocimiento.

Sólo entonces morirá esa sensación asfixiante en sus tripas y él podrá descansar.

2 pensamientos en “Actualización: De lujo (Interludio, Hans) (1ª parte)

  1. WOW. *0* ..gracias por la actualización, no sabes como ODIO a Hans…quisiera verlo hecho picadillo …*toma aire*
    Gracias por esforzarte y traernos este interludio , estoy segura que mas de una lo esperábamos con ansias…y ahora a leerlooooooo
    Besosss byeeee.

    • Aunque un poco tarde, gracias a ti por leerme!
      Hans no está entre los personajes favoritos de casi nadie, no *risas*.
      Otra vez, gracias a ti por leerme. A veces creo que estoy actualizando para nada, pero es bueno saber que al menos hay alguien al otro lado.

      Espero que te haya gustado el interludio, tanto la primera parte como la segunda.

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